martes, 25 de agosto de 2009

+ 3 semanas y dos días

Estoy en la fase de arrojar mi sucia bilis contra el mundo [pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca] y debe ser por lo menos la tercera vez que hago en la autopista el fuck you tornado. O sea, levantar el dedo corazón en el coche y moverlo circularmente como aspas de baticao que lleva el diablo consiguiendo que las amas de casa apoltronadas en la seguridad de sus Hummers den algo de emoción a mi vida intentando sacarme de la carretera.

Puedo encontrarme subrayando una muy poco afortunada frase de Judit Mascó en El País con tinta roja

“Hubo un momento en que ser demasiado guapa era un problema”

mientras asiento con la cabeza. Cómo te entiendo, Judit, tú y yo somos víctimas de Dios jugando con otra clase de arcilla. Ojalá pudiéramos ambas abrazarnos en nuestra soledad de rasgos perfectos.

Y, sin embargo, heme aquí, ultimando los preparativos de una fiesta toga. Como algunos de los asistentes no querían ir descalzos, tuve que acercarme al Centro Comercial a hacerme con unas caligae y fue entonces cuando pude observar acechando tras el escaparate de la zapatería una extraña combinación entre el buen gusto y la practicidad: la chancha-bufanda, un calzado de entretiempo, que si hace calor pues bien porque tiene agujeros para que corra el aire, que si rasca por la noche pues maravilloso porque tienes protegidos los pies con todo ese poliuretano para que te traspire a gusto.

Vivir en un mundo en el que existan las chanclas-bufandas me hinche de orgullo y fascinación. Punto.




No hay comentarios:

Publicar un comentario